viernes, 26 de enero de 2018

UN ENTIERRO EN DICTADURA

El entierro de una persona, que en circunstancias normales es simplemente la despedida de un ser apreciado por sus mas cercanos amigos, en tiempos de dictaduras se puede convertir en una manifestación del repudio colectivo al tirano de turno, cuando la muerte de esa persona es producto de un crimen político causando la natural indignación en la sociedad. Por esta razón las dictaduras tratan de impedir o por lo menos minimizar las honras fúnebres de aquellos que han sido víctimas de sus atrocidades. Así ocurrió en la Valencia de 1933, que padecía la dictadura militar de Juan Vicente Gómez, quien tenía en Carabobo como lugarteniente a uno de los peores miembros del clan Gómez, Santos Matute Gómez, presidente del Estado.
Santos Matute Gómez, lugarteniente y primo de Juan Vicente Gómez, presidente del estado Carabobo.
En la ciudad funcionaba una pequeña empresa de tipografía, propiedad de dos hermanos de apellido Mariño, Joaquín y Santiago, descendientes del prócer oriental Santiago Mariño, ambos apreciados elementos de la sociedad valenciana. En la tipografía se editaban dos periódicos y toda clase de material impreso. Sucede que un infausto día, Joaquín fue detenido por la policía gomecista. Se le acusaba de estar imprimiendo material subversivo en contra del gobierno, incluso se cuenta que a Mariño se le habría decomisado un pasquín antigubernamental entre sus ropas. Otros dicen que el papel le fue introducido sin que se diera cuenta para incriminarlo. Mariño fue llevado hasta la sede de la policía ubicada para esos tiempos en la Casa Páez, en la calle del mismo nombre.
Pasquín antigomecista de 1933, posiblemente uno idéntico a este fue el que se le incautó a Joaquín Mariño.
Allí el empresario fue brutalmente torturado, como era costumbre en esos tiempos, para que confesara quienes eran los autores de los pasquines antigomecistas, con la mala suerte que el pobre hombre no aguantó las brutalidades y murió en los sótanos de la casa. El gobierno informó que Mariño “se habiá suicidado ahorcándose con los cordones de sus zapatos” y entregó el cadáver a los familiares en una urna cerrada con la orden de no abrirla. En esos tiempos los velorios se hacían en las casas y la policía envió a un par de agentes a la residencia de los Mariño, con la orden de que verificaran que en todo momento la urna estuviera cerrada y así llegara hasta el cementerio. 
Imagen actual de los sótanos de la casa Páez, donde fue torturado y asesinado Joaquín Mariño.

 SE DESENMASCARA A LOS ESBIRROS Pero en lo mas tarde de la madrugada, los dos policías que montaban guardia fueron convidados a tomar café, lo que fue aprovechado por una dama de la familia de nombre Eladia Pelayo, junto con otros parientes, destaparon la urna y revisaron el cadáver, constatando horrorizados las terribles torturas y amputaciones que presentaba, lo que evidenciaba que se trataba de un cruel homicidio y no un suicidio. Según el credo católico, quien comete suicidio, muere en pecado mortal y por lo tanto le corresponden los ritos religiosos, y el gobernador Santos Matute Gómez así se lo “recordó” al obispo de la ciudad Mons. Salvador Montes de Oca, para que la iglesia se abstuviera de celebrarle ritos religiosos al difunto, y de esta manera se corroborara la historia del suicidio, pero sucede que Montes de Oca, conocía las causas reales de la muerte de Mariño, así mismo, era amigo de la familia y conocía personalmente al difunto, de quien daba fe de sus creencias cristianas, aparte de que monseñor era adversario de la dictadura, con la que ya había tenido anteriormente serias discrepancias. Entonces, el obispo, mas que aceptar que cualquier cura celebrara un simple rito religioso de entierro normal y corriente, dispuso que él mismo, como obispo celebraría el funeral de cuerpo presente de Mariño con la mayor pompa luctuosa, desenmascarando la falsa versión oficial de los hechos.
El entierro de Joaquín Mariño fue realizado con todos los ritos eclesiásticos y la mayor pompa, a cuyo frente estaba el obispo de la ciudad,  fue una multitudinaria muestra de rechazo a la dictadura. (foto referencial)
Así el entierro salió de la casa de la familia Mariño aquella mañana de septiembre de 1933 a las diez de la mañana encabezada por el obispo Montes de Oca, como una multitudinaria procesión. La urna fue llevada en hombros por decenas de ciudadanos que se turnaban para honrar al amigo asesinado. Centenares de personas llevaban flores y velas encendidas a lo largo de la lenta marcha. Al llegar a la Plaza Bolívar un hombre con gesto de protesta y para que todos lo vieran se amarró las trenzas de los zapatos diciendo que con las trenzas no se suicidaría y muchos otros caballeros siguieron con el gesto en señal de repudio a la falsa versión oficial de la muerte. No fue hasta las tres de la tarde cuando finalmente finalizó el entierro tan concurrido, que mas que la última despedida constituyó una verdadera manifestación de protesta cívica y pacífica en contra de la dictadura. Ni siquiera la mas brutal de las tiranías sufridas por los venezolanos en el siglo XX pudo evitar que el pueblo le diera el último adiós como es debido a uno de sus ciudadanos. 
Monseñor Salvador Montes de Oca, el sacerdote caroreño, obispo de Valencia, que se enfrentó reiteradamente al régimen de Gómez

LA DICTADURA REACCIONA. La masiva manifestación de repudio al crimen de Joaquín Mariño realizada por la sociedad valenciana, con su obispo a la cabeza, molestó mucho al gobierno dictatorial, poco acostumbrado a ver desafíos colectivos tan grandes. Particularmente el obispo de Valencia era una personalidad bastante incómoda para la tiranía y ya una vez había sido expulsado del país. Al poco tiempo del entierro de Joaquin Mariño, se tramó una conspiración entre el nuncio apostólico, quien era muy simpatizante de la dictadura y ciertos curas enemigos de Montes de Oca para alejarlo de su obispado y llevarlo a un procedimiento disciplinario en Europa, donde se le obliga a renunciar a su alta investidura. Abatido y entristecido Montes de Oca decidió internarse en un monasterio en Italia, como un simple monje. Allí lo sorprende la segunda guerra mundial, y en septiembre de 1944, una vez más, pone su vida en peligro al socorrer a unos patriotas italianos que escapaban de las SS. El obispo valenciano, oriundo de Carora, es descubierto, es capturado por los nazis y a los pocos días es fusilado. Por eso es conocido como el “Obispo Mártir de Valencia”
Cuarto de tortura en los sótanos de la Casa Páez en Valencia, para esos tiempos, cuartel de la policía.

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