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martes, 19 de octubre de 2021

El Club Centro de Amigos de Valencia, la casa y sus anécdotas

 

Luis Heraclio Medina Canelón
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo

Frente a la Plaza Bolívar de Valencia, se levanta, todavía majestuosa una edificación fiel testigo de nuestra historia desde hace unos ciento cincuenta años. Se trata de lo que los valencianos de todo el siglo XX conocimos como la casa del “Club Centro de Amigos”

Desde los primeros tiempos de la ciudad el terreno donde se encuentra la casa fue el cementerio, a la usanza de la época, que todas las iglesias tenían a un costado su cementerio. Este camposanto fue sustituido por otro ubicado al sur de la ciudad en el plan de mejoras civiles que emprendió el capitán general don Pablo Morillo en su estadía en la ciudad alrededor de 1818. 

En 1872 en ese terreno se construyó una suntuosa casa, que fue propiedad de una familia Maratona, quienes al poco tiempo venden el inmueble a una familia Abadie, quienes los conservan hasta finales del siglo XIX, cuando es negociado al Sr. Augusto Tarbes.

El antiguo escritor valenciano Luis Taborda dice que en el inmueble también funcionó el famoso “Colegio Cajigal” pero según otros expertos como Francisco Cariello Gubaira, la sede del “Cajigal” fue mas bien en la casa de al lado, actual sede de la Curia.

A principios de siglo el inmueble fue sede de la oficina del telégrafo, servicio público fundamental en la época, ya que era el único medio de comunicación a distancia. Posteriormente fue habitada por sus propietarios, los Tarbes, quienes venden el inmueble al “Club Centro de Amigos”.


Este club social se había fundado desde 1883 pero no llega a instalarse formalmente hasta 1889 y estaba formado por conocidos personajes de la industria, el comercio y profesionales valencianos, que querían darle a la ciudad por primera vez un club de alta categoría, donde pudieran sentirse como en su casa y participar con sus familias en amenas reuniones y eventos culturales.

Originalmente el club se había fundado en una casa del bulevar sur de la Plaza Bolívar (la antigua casa de Rafael Arvelo, epónimo del colegio que queda en el centro de la ciudad) y luego se mudó a la casa que había sido de Jorge Uslar (descendiente directo del prócer de la independencia). Finalmente, la asociación adquirió la casa de la familia Tarbes frente a la Plaza Bolívar en 1929, luego da haberlo utilizado como arrendatarios por cierto tiempo.

Para adaptarla a club de categoría la casa fue sometida a una amplia y costosa reconstrucción quedando en el estado en que mas o menos se encuentra en la actualidad. Fue decorado con lujo y esmero. Se le dotó de unas extraordinarias lámparas de cristal y de un mobiliario de primera, del cual se recuerda un enorme espejo que estaba a la entrada.

El club se caracterizó por su sobriedad, buen gusto y exclusividad. Los miembros eran muy estrictos a la hora de aceptar a alguien en sus instalaciones. Muchos “nuevos ricos” que hacían alarde de sus fortunas jamás pudieron ser bienvenidos allí, lo que ocasionó que denigraran del club, sus socios y la ciudad. Sus fortunas no les pudieron abrir esas puertas. Era lo que llamaban darle “bola negra” a quien no sería bienvenido.

La foto fue tomada el 10 de Diciembre de 1931 en un almuerzo ofrecido por miembros del club al Sr. Jorge Pocaterra ( foto Jose Agustin Bello Medina). Créditos a su autor.

Recordamos varias anécdotas.

En una oportunidad Juan Vicente Gómez vino a Valencia y los adulantes de costumbre lo invitaron al club.  Estos le ofrecieron una copa de champaña. Gómez pudo observar que muchos de los asistentes permanecían en sus sillas charlando o jugando, sin hacerle ningún caso al poderoso visitante. Tomó su copa, hizo un saludo con la misma y sin tomar un sorbo la colocó en la bandeja. Dicen que le dijo a quienes tenía al lado:

-Ni un solo “viva Gómez ¡” Mejor vámonos para otro lado.

En una oportunidad se iba a celebrar cierta reunión entre varios caballeros. Eran tiempos en que cualquier hombre, a partir de los 16 años se vestía con paltó. Jamás en mangas de camisa. Todos los concurrentes llegaron con su respectivo traje, de saco y corbata. Todos excepto uno, que vino con una reluciente liquiliqui recién planchado.  Transcurrido un buen rato y sin iniciarse la reunión, el directivo dijo al grupo: Vamos a esperar un rato, para darle oportunidad a nuestro amigo (el de la liquiliqui) vaya a su casa a vestirse como es debido y pueda regresar a reunirse con nosotros.

Hay una crónica de un baile ofrecido el martes de carnaval de 1905; vino el presidente Cipriano Castro. Conocido como “el Cabito” el “hombre de la levita gris” o “el indiecito que no cabe en su cuerito” por sus contemporáneos.

Lo cierto es que Castro era muy amigo de la bebida, carácter impulsivo y aficionado a los prostíbulos y bares de mala muerte. Invitado por los adulantes de rigor al club donde se ofrecía el baile, parece que se sintió incómodo en un ambiente que le resultaba tan extraño. Pudo observar por los enormes ventanales del club que en la plaza bailaban algunas parejas del pueblo llano y prefirió ir a buscar a una mujer de las que estaban en la plaza y se puso a bailar con ella. Ahora bien, ese año de 1905 todavía el “Club Centro de Amigos” funcionaba en la antigua casa que había sido de Uslar, en el bulevar sur de la plaza, no en la casona que conocemos hoy, como erróneamente muchos creen.

El club también fue sede de un agasajo que se ofreció en 1936 a los diputados electos a la Asamblea Nacional Constituyente convocada por el presidente Eleazar López Contreras con la finalidad de reducir el mandato constitucional y descartar la reelección del presidente de la república. Un gesto de desprendimiento del poder que pocas veces hemos visto. Entre los nuevos diputados estaban algunos expresos políticos y otros ilustres miembros de la sociedad valenciana que se abría a tiempos de democracia, orden y libertad.

Diputados a la Asamblea Nacional Constituyente de 1936, entre ellos Luis Eudoro Medina, en un agasajo en el Club.

En los años cincuenta, tan pronto llegó la señal de televisión a Valencia, en el Club Centro de Amigos fue uno de los lugares donde se instaló por primera vez un aparato de TV. Era uno de aquellos enormes televisores de tubo en un soberbio mueble de madera. Los niños extasiados iban a ver las series de comiquitas y las familias de adultos se instalaban a ver los musicales, hasta que cada uno se iba decidiendo a comprar su propio aparato.

Con el tiempo, el Club fue decayendo hasta que desapareció. Sus instalaciones estuvieron prácticamente abandonadas hasta que la municipalidad se hizo con ellas. Originalmente se había dicho que se instalaría en ella un anhelo de toda la sociedad valenciana: “Un Museo Michelena” para exhibir la obra de nuestro insigne artista, pero no fue así.

Sección no restaurada de la casa (foto Tato Sánchez)

Alguna autoridad municipal decidió luego de restaurar el inmueble darle un extraño nombre: “CAVAM”, acrónimo de Centro de artes vivas Alexis Mujica. Estas siglas no dicen nada, y ese concepto de “artes vivas” todavía no es de aceptación general. Las ciudades tienen un patrimonio inmaterial que son los nombres de sus lugares, de sus puentes, sus calles y sus casas. Para Valencia el bello inmueble frente a la Plaza Bolívar fue la casa del “Centro de Amigos” por casi cien años; ese nombre se identifica con la ciudad, con la plaza y con todo el entorno. Debe ser recuperado por ser un patrimonio tradicional e histórico de la ciudad.

 

 

 

 

 

viernes, 16 de julio de 2021

Winnie Mandela, el lado oscuro, muy oscuro


 por

Luis Heraclio Medina Canelón

En Carabobo, donde nos encontramos con prácticamente todos nuestros museos e inmuebles históricos o cerrados o totalmente deteriorados (Casa Celis, Palacio Iturriza, Escuela de Teatro, en Valencia y Casa Guipuzcoana, Casa de los Herrera, Quinta Villavicencio en Pto. Cabello, etc), las autoridades han decidido crear un museo a la memoria del político sudafricano Nelson Mandela, alguien que nada tiene que ver con nosotros.

Para muchos es símbolo del respeto a los derechos humanos, pero en realidad son pocos los que han estudiado la vida de Mandela y su entorno, y en ese entorno hay un personaje realmente muy oscuro: la que por 27 años fuera su esposa Winnie Mandela, que nos recuerda mucho a ciertos personajes de la actual política venezolana, quizás sea una de las razones del homenaje a alguien que poco o nada ha tenido que ver con la historia de Venezuela.

Winnie, una graduada universitaria en Trabajo Social en los tiempos del Apartheid fue una de las creadoras del grupo terrorista “MUFC” que a finales de los años ochenta cometió gran cantidad de asesinatos y secuestros, especialmente en contra de grupos de negros rivales. Uno de los más famosos métodos de terror empleado por los subalternos de Winnie era el llamado “Necklacing” o collar, que consistían en que a la víctima la amarraban y le colocaban un caucho a manera de collar y lo impregnaban de gasolina y lo encendían. Al infeliz le producían una muerte lenta y terrible que causaba el terror en los demás.

La práctica terrorista favorita de los sicarios de Winnie, el collar (caucho) al que encendía para quemar vivo al adversario.

El juicio más escandaloso que se le siguió a Winnie Mandela fue en 1989 cuando acusaron a Winnie y sus hombres de MUFC del secuestro en el barrio negro de Soweto de varios jóvenes: Lolo Sono y Siboniso Shabalala, Sizwe Sithole, Kuki Zwane, Sicelo Dhlamini y Sibusiso Chili,  y al niño Stompie Seipei a quienes acusaron de espías. Los muchachos y el niño fueron llevados a la propia casa de los Mandela en el referido barrio donde fueron torturados y asesinados.  Al niño Stompie Seipei lo degollaron.

El niño degollado en la propia casa de los Mandela. 

En 1991,  Winnie Mandela fue condenada a seis años de prisión por el secuestro de Seipei, pero la sentencia fue conmutada por una multa de 3.000 dólares.

En 1998, la comisión Verdad y Reconciliación (TRC), que estudiaba los crímenes políticos del apartheid, declaró a Winnie "culpable políticamente y moralmente de importantes violaciones de los derechos humanos" cometidas por el MUFC. 

Luego, en tiempos de la presidencia de su esposo Nelson Mandela la primera dama fue designada Ministro de Cultura y Arte, pero al salir del cargo fue acusada de robo y fraude. Los tribunales la condenaron ahora por corrupción administrativa. Frecuentemente se le veía en suntuosos automóviles y disfrutando de toda clase de lujos. Al morir dejó una fortuna (aunque apenas trabajó unos pocos años de su vida) y sus hijas hoy son millonarias.

Winnie con uno de sus lujosos automóviles

El secuestro, la tortura, el crimen y la afición a los lujos fueron el cariz de este personaje. Mucho en común con algunos que nos son muy familiares hoy en día.

 Aún así a esa corrupta, torturadora y asesina de niños la ONU le otorgó el premio de los Derechos Humanos. Así son las cosas.

 

viernes, 12 de marzo de 2021

Salón Imperial, Casa de Modas

 


Luis Heraclio Medina Canelón

Esta es una de esas pequeñas historias de Valencia, que con el transcurso del tiempo trascienden del plano meramente familiar para darnos hoy, mas de medio siglo después, una idea de cómo era el espíritu, la solidaridad, el sentir y el quehacer de la vida cotidiana de nuestros abuelos.

Empieza nuestra historia en  los años veinte.  En nuestra ciudad vivían dos hermanas, oriundas  de la población de Miranda, Berta Ravelo y María del Socorro  Ravelo de Gornés, ambas ya no tan jóvenes.  Berta se había quedado soltera y María había casado ya mayorcita un Tornés culto caballero de otra vieja familia carabobeña llamado Francisco Gornés.  Los esposos Gornés-Ravelo no tenían hijos y por cosas del destino, en aquellos días muere una dama conocida de la familia, la señora Arsenia de Colón, dejando en orfandad a un pequeño niño, de nombre Cristóbal.   La pareja, profundamente católica, decide adoptar al pequeño huérfano, quien es criado como su hijo, a quien se le dan legalmente los apellidos de sus padres adoptivos y pasa a ser Cristóbal Gornés Ravelo.  

Al niño sus padres adoptivos y su tía le prodigan todo el amor y la mejor educación cristiana que la familia le puede dar, inscribiéndolo en el mejor colegio que entonces había en la ciudad, el “Don Bosco”, de los hermanos Salesianos, con quienes las hermanas Ravelo estaban vinculadas, por sus frecuentes actividades religiosas.  La llegada de este niño llenó un espacio vacío en el hogar que compartían estos adultos, que ya en la madurez de sus días no se imaginaban criando a un niño pequeño.  Designios de Dios, decía María, no  pude parir mi propio hijo, pero el señor me regaló uno para amarlo como salido de mi vientre.

Y LLEGARON LOS NIÑOS

Así las cosas, al poco tiempo, ocurre lo inesperado.  Las hermanas Ravelo tenían otra hermana, Ana de Jesús (mi abuela) casada con Sabino Canelón, con quien vivía en Guama, estado Yaracuy, y tenía una familia compuesta por seis pequeños niños.  Sucede que Ana de Jesús muere a los pocos días del parto de la última niña, a quien se bautiza como su madre, Ana de Jesús.  Ni cortas ni perezosas, las hermanas Ravelo, con la anuencia del esposo de la madre recién fallecida,  mi abuelo Sabino, asumen la crianza de los seis pequeños hermanitos Canelón Ravelo y se los traen a vivir a Valencia, a su casa en la Calle Páez, frente al antiguo “Pabellón Rojo”.  Así, en un tiempo relativamente corto, el hogar de tres adultos sin descendencia, se convirtió en la casa de siete pequeñitos que encontraron el calor de hogar que el destino les había dado: Cristóbal, ya adoptado y sus primos José Sabino, Margarita, Ana Cecilia, Jesús, Celina del Socorro y la recién nacida Ana de Jesús.

María Ravelo ofreciendo una merienda a los niños del colegio "Don Bosco" a principios de los 30.

LOS TIEMPOS DE POBREZA

En los años veinte y treinta la vida en Venezuela no era fácil.  Todavía la bonanza petrolera no se había hecho sentir.   El dictador Juan Vicente Gómez acaparaba junto a su camarilla casi toda la riqueza del país.  Las mujeres no acostumbraban a trabajar fuera de su casa y los sueldos de los padres de familia apenas alcanzaban para la subsistencia más elemental.  El hogar de las Ravelo era modesto, pero María decía, si donde comíamos tres ahora comemos cuatro, donde comen cuatro, ahora comerán los diez, el Señor es mi provisión.  Y con fe en Dios las hermanas fueron levantando a sus siete muchachitos de manera modesta pero sin que nunca les faltara nada.  Incluso de vez en cuando María y Berta se podían dar un “lujo”:  En ciertas fechas religiosas, organizaban desayunos o almuerzos, para una docena o veinte niños pobres a quienes agasajaban con una suculenta comida.  En ese día se engalanaba el comedor de la casa y las hermanas se esmeraban con lo mejor de su repertorio culinario para esos niños.


Y LLEGÓ LA GUERRA

Pero a finales de la década de los treinta, estalla en Europa la segunda guerra mundial.  Las consecuencias económicas del conflicto afectan a todo el planeta: Suben los precios de todas las mercancías y comienzan a escasear toda clase de bienes y servicios.  Por primera vez los venezolanos llegan a conocer lo que es la inflación aunada a la escases. 

Se debe recordar que en aquellos tiempos no existían prácticamente ningún tipo de industria en Venezuela, salvo contadísimas excepciones.  Casi todos los productos manufacturados venían de Europa y Estados Unidos, estos países estaban destinando sus industrias por entero al esfuerzo de la guerra.   Como si fuera poco la guerra en el Atlántico cortaba la mayor parte del tráfico comercial entre Europa y América, ya que los submarinos alemanes hundían a cualquier barco mercante que se les atravesara en el camino, tanto en el Atlántico como en el Caribe. Solamente en el primer trimestre de 1942 unos cuarenta barcos cargados de mercaderías y combustibles fueron hundidos en las aguas del Caribe, en las cercanías de Venezuela por los submarinos alemanes.

Los ataques de los submarinos interrumpieron
 el tráfico comercial en el Caribe.

Así, entonces, casi que de un día para otro, Venezuela se quedó sin poder importar, herramientas, maquinarias, vehículos, neumáticos, alimentos procesados, granos, harinas, medicinas,  calzados y ropas.  Disminuyó entonces el comercio interno ya que no había mercancías que ofertar y aumentó el desempleo.  Así lo cuenta Oscar Yánes en “LOS AÑOS INOLVIDABLES”:

“Ya la gente estaba obstinada porque con el cuento de la segunda guerra mundial todos los productos de primera necesidad habían subido de precios…” (pág. 204)

“…los muchachos no salen de noche aunque muchos desempleados prefieren irse al ejército porque la vida está muy cara y es difícil conseguir los tres platos de comida al día…Ni llegan ni salen barcos y está suspendida la navegación costeña.” (Pág. 283)

Esta crisis por supuesto que afectó al hogar de las Ravelo, con sus diez bocas que alimentar.

Y LLEGÓ EL SALON IMPERIAL

Así las cosas y en vista de lo crítico de la situación, las hermanas Ravelo, lideradas por María que era la más emprendedora, se ponen a hacer pequeños trabajos de costura con una vieja maquinita “Negrita Singer”.  Al principio ruedos, cierres, arreglos de la ropa que tiene que pasar de padres a hijos o de hermano mayor a hermano menor en vista de la situación de pobreza imperante en el país.  

La perseverancia y el cumplimiento honesto y cabal en el trabajo les fue aumentando la clientela que comenzaba a encargar la confección de sencillas ropas y que a medida que se ganaba la experiencia se hacían vestidos y prendas mas acabadas.  Las hermanas guardan y coleccionan las pocas revistas que vienen de EE.UU.  sobre cine y modas y copian los vestidos de las grandes estrellas de Hollywood. 


 

Las cuatro sobrinas Canelón Ravelo son las primeras en lucir los modelos de última moda, “made in Valencia”, que encantan a las jovencitas de la ciudad que quieren también estar a la moda y acuden a casa de las Ravelo a encargar vestidos y conjuntos.  Ante lo escaso de las telas y accesorios se tenía que improvisar, si no había encajes, se utilizaban los bordes o remates de una cortina y en fin, se ponía a trabajar la imaginación.  Si no había tal o cual color se teñía  una tela. Se tuvo que contratar a una primera costurera para que ayudara con el trabajo y se empezaron a hacer vestidos de novia, de primera comunión y de bautizo.  Luego vino una segunda costurera y después la tercera empleada.  Gracias a nuestra querida tía segunda Reyna Ravelo de Camero podemos recordar los nombres de estas pioneras de la “alta costura” en Valencia: Lucrecia Castillo, de San Blas, Ana Luisa Campos de Tinaquillo y dos primas con idénticos apellidos: Trina y Carmen González Pinto.

Finalmente se formalizó el negocio y nació el “SALON IMPERIAL, CASA DE MODAS”, en la Calle Páez, negocio que se hizo famoso en toda la ciudad por la belleza y calidad de sus trajes de ocasiones especiales, siendo la especialidad de la casa los trajes de novia, primera comunión y bautizo, que eran los preferidos de madres y señoritas de toda la ciudad y poblaciones aledañas.

Los bellos trajes del "Salon Imperial"
fueron famosos.

  

Se llegó incluso a mejorar las telas con herramientas y aparatos destinados a su modificación.  Se construyó un artefacto para hacer los pliegues de las telas (una plisadora) que trabajaba calentando la tela en una especie de horno a carbón y una serie de pesas que la aprisionaban para darle una forma permanente.  Todavía yo conservo esas pesas, especie de yunques de hierro macizo, último recuerdo existente de aquella empresa.


Y LLEGARON LOS LOGROS

Así fueron mejorando su situación y  levantando a sus muchachos, dándoles estudio y ejemplo. Ya hay cierta prosperidad y hasta un viaje a Europa se puede regalar María con sus sobrinas al finalizar la guerra.  Con el tiempo uno de los muchachos se gradúa uno de médico, otro de músico y profesor, una contabilista y muchachas y muchachos se van casando y emprendiendo el vuelo formando cada uno su hogar.  María, ya con sus años encima y superadas sus obligaciones fue dejando el trabajo y se cerró el taller y muere en 1955.  

María Ravelo de Gornés

Berta fue a acompañarla a principios de los sesenta. Hoy, una cantidad de padres y madres de familia entre quienes encontramos médicos, ingenieros, educadores, fotógrafos, artistas, abogados y empresarios, de una manera u otra, le debemos algo de lo que somos a aquellas dos viejitas que con una maquinita Singer se pusieron a inventar trajes de novia y primera comunión porque los submarinos alemanes no dejaban que los barcos llegaran a Venezuela.  Así son las cosas.

EPILOGO

Gracias a esta maravilla que es la internet y las redes sociales, en estos días y con ocasión de una foto que data del año de 1930 que publiqué en varios grupos de Facebook en la que aparecía María Ravelo de Gornés, una señora, ya octogenaria pero activa en las redes, comentó que recordaba que, siendo una niñita de seis años, su traje de primera comunión, celebrada hace más de medio siglo, provenía del taller tía María.  Todavía andan entre nosotros quienes conocieron a aquellas maravillosas mujeres.  Mi agradecimiento a la Sra.  Gladys Socorro Zamora por sus recuerdos.